En el siglo XVI, Leonardo Da Vinci aseguró que se sabía más sobre el movimiento de los cuerpos celestes que sobre el suelo bajo los pies. En el siglo XXI y a pesar del tiempo transcurrido desde esta afirmación, la importancia del suelo como recurso natural todavía sigue siendo una materia desconocida para gran parte de la sociedad. Guardar Esta es, al menos, una de las conclusiones que se pueden extraer de la encuesta Attitudes of European citizens towards the Environment publicada en marzo de 2020. Así y ante la pregunta de cuáles eran los principales problemas ambientales, solo el 30 % de las personas consideraron la degradación del suelo como una cuestión relevante. En el caso de Euskadi y atendiendo a los resultados del Ecobarómetro Social de 2001, un 35 % de las personas encuestadas en el Ecobarómetro Social de 2001 se mostraron como “muy preocupadas” por la contaminación del suelo. Estos resultados hacen pensar que la percepción del suelo como mero soporte para las actividades humanas aún está muy arraigada. Sin embargo, su concurso en la sostenibilidad de los ecosistemas es fundamental. Y con ello, el papel que está llamado a desempeñar en la definición de un planeta más sostenible. ¿Por qué es importante el suelo?En primer lugar y antes de describir las aportaciones y beneficios del suelo, conviene definir en qué consiste este recurso natural. El suelo es la capa superficial de la corteza terrestre. Su formación es resultado de la interacción entre diversos factores químicos, físicos y biológicos tales como el clima o los seres vivos, sobre los minerales y la roca madre. Estos procesos, denominados de meteorización, se suceden de forma muy lenta. Una capa de 30 centímetros de espesor, por ejemplo, puede tardar en materializarse de 1 000 a 10 000 años. Esta circunstancia, por tanto, hace que el suelo se considere como un recurso no renovable, al menos desde la perspectiva de una escala temporal humana. Función de los suelos Los suelos no resultan tan espectaculares como la transformación que experimenta un bosque a lo largo de las estaciones. Su pérdida no genera, quizás, la misma angustia que la carencia de otros recursos como el agua. No obstante, su concurso es esencial para el mantenimiento de la vida sobre la Tierra. El suelo como recurso natural es algo más que una superficie sobre la que caminar o erigir ciudadesSu principal función está relacionada con los servicios ecosistémicos o ambientales que presta. Es decir, los beneficios que una sociedad obtiene por el correcto funcionamiento de los mecanismos naturales (oxígeno, agua, etc.). En el caso concreto de este bien y según Trujillo-González, Mahecha y Torres-Mora (2018) y Burbano (2016), se pueden diferenciar los siguientes: Producción de biomasa y alimentos, considerándose el suelo como el punto de inicio de la cadena alimenticia. Al fin y al cabo, es el soporte y la fuente de nutrientes para las plantas y una de las líneas que busca potenciar el Pacto Verde Europeo. Desarrollo de los mecanismos biogeoquímicos que permiten el mantenimiento de los ciclos de nutrientes (carbono, fósforo, nitrógeno, etc.) Regulación del ciclo del agua, contribuyendo a captar, filtrar y almacenar este escaso recurso. Fuente de materias primas, tales como la grava o la arena, necesarias para la construcción. Reserva de biodiversidad, con un enorme número de organismos que convierten al propio suelo en un ser vivo que, de facto, hace posible la vida humana. Depósito de patrimonio arqueológico, que a través de sus restos, transmite la historia de las civilizaciones. Sumidero de carbono, secuestrando el carbono presente en la atmósfera, un elemento que, por otra parte, contribuye al calentamiento global. El proceso de remoción y fijación se lleva a cabo mediante mecanismos tales como la fotosíntesis de las plantas. Principales amenazas a las que se enfrenta el suelo La importancia del suelo para los seres vivos es, como se puede observar, indiscutible. Pero, por desgracia, está sometido a numerosas amenazas que ponen en riesgo su preservación. La pérdida del suelo, en general, puede desencadenarse por:Su arrastre, fruto de la acción del viento y el agua.Su degradación in situ.En el caso de Euskadi, algunos de los principales problemas son: La erosión, que supone el arrastre de materiales por efecto de la meteorología sobre un suelo desnudo. Las superficies naturales carentes de vegetación no son capaces de retener o sujetar el sustrato, de ahí que la deforestación sea uno de los principales impulsores de los fenómenos erosivos. Las consecuencias de la erosión, además, no se limitan a la pérdida de la capa superficial, ya que también pueden propiciar deslizamientos de tierra. La compactación, que supone la densificación del suelo como resultado del paso repetido de maquinaria pesada o animales. Representa un problema para el aprovechamiento agrícola, ya que reduce la oxigenación de los sustratos y conlleva un menor crecimiento de las raíces. Los procesos de artificialización e impermeabilización, que tienen un vínculo especial con el funcionamiento del ciclo hídrico. No en vano, una superficie impermeabilizada (asfalto, por ejemplo) reduce la capacidad de infiltración y aumenta la escorrentía, pudiendo incrementar el riesgo de inundaciones. La acidificación del suelo, que supone un cambio en las propiedades químicas del sustrato, descendiendo el pH por debajo de 5. En Euskadi, la causa principal de este problema es la deposición de emisiones contaminantes generadas por la industria, el tráfico y las fuentes de generación de energía. La contaminación, que supone uno de los principales problemas en el ámbito de la CAPV y que se desarrolla en el siguiente epígrafe. La situación de los suelos en EuskadiLa degradación del suelo por contaminación se produce cuando el nivel de sustancias químicas perjudiciales presentes en el sustrato pone en riesgo la biodiversidad e, incluso, la salud humana. En este sentido, la intensa actividad industrial desarrollada en Euskadi durante siglos ha dejado como herencia un notable impacto ambiental sobre el suelo que todavía se deja sentir. Así, por ejemplo y como señala el Perfil Ambiental Euskadi 2020-Suelo, el 75 % de la superficie potencialmente contaminada está relacionada con un heterogéneo conjunto de actividades industriales y comerciales tales como la metalurgia, el mantenimiento y reparación de vehículos o la industria química, mientras que el 25 % restante corresponde a vertederos que albergan mayormente residuos inertes e industriales. El impacto económico de los suelos contaminadoLa contaminación puede llegar a comprometer los servicios ecosistémicos que presta el suelo como recurso natural. Pero son muy pocos los estudios que han analizado de forma cuantitativa, es decir, que han calculado desde un punto de vista monetario el coste de esta pérdida. Sin embargo, existen indicadores que pueden mostrar de forma objetiva el coste que tiene la gestión de los suelos contaminados. Uno de ellos es la estimación del gasto que supone la prevención, control, investigación y, en su caso, saneamiento de las parcelas incluidas en el Inventario de Emplazamientos con Actividades Potencialmente Contaminantes del Suelo. En el caso de Euskadi, esta cifra supera los 1 800 millones de euros hasta 2050, equivalente a 18,4 € per cápita (2018) frente a los 10,7 € estimados de media en Europa (2014). La mayor parte de este dinero, en torno al 78%, se destina a trabajos de recuperación que permiten que los emplazamientos potencialmente contaminados, tras las oportunas labores (excavación, tratamientos de remediación in situ y ex situ, etc.), sean puestos otra vez en el mercado. El porcentaje restante, por otra parte, se destina a labores de investigación. Esta actividad ha propiciado el desarrollo de una creciente comunidad científica orientada a la profundización del conocimiento actual y el estudio de nuevas tecnologías de recuperación de suelos. Prevención, control y seguimiento, tres factores clave para garantizar la conservación de los suelosDurante los últimos años, el desarrollo y puesta en práctica de políticas y programas orientados a identificar y corregir los problemas de la contaminación ha mejorado la situación. No obstante, Euskadi seguía presentando en 2018 una densidad de 8,1 emplazamientos potencialmente contaminados por cada km2 de suelo artificializado, superior a los 7,7 enclaves de Alemania, por ejemplo. Es evidente que corregir los errores y las malas prácticas del pasado es una necesidad ineludible. Pero la protección del suelo quedaría incompleta si no se atendiera a la prevención. El control y el seguimiento son, por tanto, dos piezas clave en su conservación. Herramientas tales como los informes de situación preliminares y periódicos, las autorizaciones ambientales integradas o la monitorización periódica de la calidad del suelo y las aguas subterráneas deben constituir, por tanto, herramientas fundamentales para garantizar su viabilidad. Al fin y al cabo, prever los posibles impactos y adoptar las medidas necesarias para minimizar su ocurrencia es económicamente más asumible que actuar con posterioridad. ConclusiónEl suelo ha sido considerado durante siglos un mero receptor de residuos y vertidos. Esta desidia, junto con el desconocimiento del papel que desempeña en los ecosistemas, ha comprometido en ocasiones su capacidad para proporcionar alimento, agua o cobijo. El futuro inmediato, marcado por una creciente población mundial sometida al estrés que generará el cambio climático, obliga a abordar múltiples desafíos para los que se hace necesario prestar al suelo la atención que merece. Será imprescindible, por tanto, continuar profundizando en el conocimiento del suelo como recurso natural. La investigación y las inversiones también deberán seguir ocupando un lugar preferente para desarrollar técnicas y procedimientos que permitan recuperar zonas degradadas y generar nuevas oportunidades de negocio. Igualmente, será prioritario continuar aprobando marcos legislativos y programas que prevengan su deterioro. Y por último, pero no menos importante, reforzar la concienciación de la sociedad y los agentes socioeconómicos en la necesidad de proteger el suelo. El Dr. Charles E. Kellogg, jefe del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), afirmó que «esencialmente, toda la vida depende del suelo. No puede haber vida sin suelo y no hay suelo sin vida; han evolucionado juntos». Y garantizar que esta evolución se desarrolla dentro de los cauces de la conservación y la sostenibilidad permitirá que las generaciones futuras también satisfagan sus necesidades. 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